La patrística:
La patrística es la fase en la historia de la
organización y la teología cristiana que abarca desde el fin del cristianismo
primitivo, con la consolidación del canon neo
testamentario, hasta alrededor del siglo viii. Además de la elucidación progresiva del dogma cristiano, la patrística se ocupó sobre todo de la apología o defensa del cristianismo frente a
las religiones paganas primero y las sucesivas interpretaciones heterodoxas que darían lugar a
las herejías luego. Su nombre deriva de los padres
de la Iglesia, los teólogos cuya
interpretación dominaría la historia del dogma. Para ser considerado padre de
la iglesia era necesario reunir las siguientes condiciones: antigüedad,
santidad de la vida, doctrina ortodoxa, aprobación eclesiástico.
La filosofía patrística nace de la necesidad de los
primeros cristianos de ordenar sus doctrinas y teorías teológicas a fin de
defenderse de las constantes persecuciones y ataques de los que eran objeto.
También era una continuidad de la filosofía griega, sobre la cual los
cristianos o adeptos al cristianismo afirmaban tener la verdad definitiva y
absoluta.
Los representantes más importantes de esta filosofía son
Justino, Orígenes y San Agustín.
Justino, considerado el padre de la patrística, sostenía
que el cristianismo es la “única filosofía segura y útil” y que la razón es el
Verbo de Dios (Cristo).
San Agustín, obispo de Hipona, basó investigación en Dios
y el Alma. Afirmaba que Dios está en el alma, por lo tanto buscar a Dios
es buscar el Alma y buscar el Alma es internarse aún más en sí mismo.
Orígenes:
Orígenes, un importante sacerdote de este período,
utilizó la dialéctica como método de enseñanza. Su doctrina se considera el
primer gran sistema de la filosofía cristiana. Afirmaba la superioridad del
conocimiento que resume en sí a la fe; y que la fe, al profundizarse en sí
misma, se convierte en conocimiento.
Orígenes escribió numerosas obras (unas 800) y [aunque incurrió en algunos
errores graves], debido a su intento de "explicar" orgánicamente
todas las dificultades que pudieran presentarse ante la reflexión de las
creencias cristianas, en unos momentos en que el dogma no estaba todavía fijado por completo,
no cabe atribuir su actitud a afán polémico o sensacionalista, sino a un íntimo
deseo de aprehender toda la verdad. Este afán común a muchos espíritus cultos de la época, llevó a polémicas
apasionadas. De la pasión que se vertía en los escritos polémicos de los
primeros siglos de la Iglesia, podrán dar idea las siguientes palabras de Zonaro, referentes a la persecución de Decio:
En este tiempo (250) también fue llevado Orígenes, como cristiano, ante el tribunal de los perseguidores de la Iglesia,
pero no recibió la corona, sin duda por no considerarlo digno de ella Decio, a
causa de la impiedad de sus sentimientos; y a pesar de que padeció tormentos
por la causa de la fe, perdió su rango de confesor. Ya hemos dicho que habiéndole inspirado
excesiva vanidad la grandeza de su saber y su elocuencia, en vez de seguir la
doctrina de los antiguos Padres, quiso inventar una nueva; sacó del falso
tesoro de su corazón execrables blasfemias contra los sagrados misterios de la Trinidad y de la Encarnación y
sembró las semillas de casi todos los errores que han aparecido después. Enseñó
que el Hijo único del Eterno Padre había sido creado y que no participaba de la
gloria y sustancia divinas. Hizo inferior al Espíritu Santo al Padre y al Hijo,
asegurando que el Padre no pudo ser visto por el Hijo, ni el Hijo por el Espíritu Santo; de la misma manera que no puede serlo el Espíritu Santo por los
ángeles ni los ángeles por los hombres. Éstas fueron las blasfemias de Orígenes contra la santa y consustancial Trinidad. Por lo que se refiere al
misterio de la Encarnación, tuvo la impiedad de negar que el Salvador tomase en
el seno de la Virgen cuerpo animado de alma racional: pretendiendo que el Verbo
estaba unido a un alma antes de la creación del mundo y que posteriormente se
encarnó con aquella alma, tomando un cuerpo desprovisto de alma inteligente y
racional. Sostiene también que el Señor abandonó su cuerpo y que su reinado
debe concluir. Dice además que el suplicio de los demonios es temporal y pasado
éste se les restablecerá en su primitiva felicidad, imaginando que los hombres
y los demonios quedarán justificados de sus pecados algún día y que entonces
todos se reunirán.
La primera etapa en la filosofía medieval es aquella que
corresponde a la articulación definitiva de los dogmas cristianos, su defensa
ante otras religiones y a la iniciación a la humanidad en la Verdad de Cristo,
la única posible. Estos primeros hombres fueron llamados Padres de la Iglesia y
su estudio y difusión se denominó Patrística a manos de autores como Hipólito
de Antioquia o de San Agustín.
Si atendemos al segundo, encontraremos sus teorías
encuadradas en lo que se ha dado en llamar neoplatonismo y es que a él
corresponde una reinterpretación de Platón bajo un tinte cristiano: Agustín
(354-430) es el último gran filósofo de la antigüedad y principio de la
modernidad, el límite entre dos formas de entender y pensar la filosofía. Se
presenta como un buscador afanoso de la Verdad que hace del Saber una cuestión
de vida o muerte y ello lo consigue al describir, según sus escritos, la
profunda vena religiosa de Platón resumida así: no hay posibilidad de conocer
sin amar porque el conocimiento es amor y sólo amando, llegando a Dios,
conocemos con certeza. Todo conocimiento de Verdad se conoce a través de la luz
de Dios.
A través de la Patrística -del estudio de los padres- San
Agustín recibe la oportunidad de solucionar el problema de Fe y Razón aunque no
parte de distinguir entre la religión y la filosofía sino que considera a las
dos como soluciones equivalentes para una necesidad vital del hombre que es la
posesión de la Verdad. San Agustín los identificó sin confundirlas, sabía que
la razón religiosa se alcanza con la Fe y la razón de la filosofía se alcanza
con la razón.
1. La corriente gnóstica primitiva
El ciclo patrístico se inicia con una tendencia gnóstica,
en que la doctrina cristiana se explica a través de teorías filosóficas de
origen pitagórico, platónico y neoplatónico. Después de los Padres Apostólicos,
continuadores de los apóstoles, advienen los apologistas de la época de los
emperadores Antoninos, entre los cuales se distinguió San Justino de Naplusa
(hacia 100-163).
De la posición gnóstica fue máximo representante
Valentino, ferviente platónico, que tuvo numerosos discípulos en Lyon. Y un
decidido adversario en San Ireneo (140-203). En general, los gnósticos fueron
esencialmente dualistas: preocupados por la idea del mal y por el problema de
su relación con Dios, enfrentaron los conceptos de divinidad y, materia. Pero
en su última esencia, la gnosis fue un impulso místico: el conocimiento
verdadero, según esta tendencia, sólo se consigue en Dios. Meta suprema de todo
conocimiento, por lo tanto, será la unión del hombre con su creador.35
2. La tendencia apologética
A esta primera tendencia, propiamente sincretista, sigue
la posición apologética de muchos Padres de la Iglesia. Se trataba de defender,
con argumentos racionales, la nueva fe y sus implicaciones dogmáticas. La
figura más notable de este período fue Tertuliano (c.155-245), cuyo
temperamento jurídico le lleva a afirmar que el cristianismo se impone a la razón
humana como una nueva ley de la vida. Poseedor de un vasto conocimiento de la
filosofía griega, Tertuliano defendió en sus obras, con argumentos racionales,
la nueva fe. Y creó la terminología básica de la teología cristiana.
3. Hacia una filosofía de la religión
Hacia este objetivo tendieron los esfuerzos de dos Padres
de la Iglesia: Clemente de Alejandría, fallecido en el año 215, y Orígenes,
desaparecido en el año 254 y discípulo del anterior. Las obras de este último
son un esfuerzo heróico para elucidar el contenido de las Escrituras (Antiguo y
Nuevo Testamento) a la luz de la filosofía griega, y en especial de la
metafísica neoplatónica. Sus obras se relacionan con la casi totalidad de la
ciencia eclesiástica: exégesis y crítica de las Escrituras (exégesis
escrituraria), apologética, ascética, moral, polemística y dogmática.36
4. La nueva patrística: Agustín de Hipona
La Nueva Patrística, o período final de este gran ciclo
de la primitiva filosofía cristiana, encuentra en Agustín de Hipona su máximo
representante. Este ilustre pensador nació en Tagaste (Africa) en el año 354 y
falleció en el 430, siendo obispo de Hipona. Había sido pagano, y se convirtió
al cristianismo después de prolongadas vacilaciones y de vastos estudios. En su
conversión tuvo parte decisiva San Ambrosio de Milán.
Para el objeto de nuestro estudio, su principal aporte a
la cultura del mundo occidental es su obra La Ciudad de Dios (De civitate Dei),
primer intento de formulación de un sistema de interpretación
filosófico-teológica de la Historia, es decir, del acontecer humano. Las tesis
que contiene esta obra se estudian en la segunda parte de este libro.
Punto de partida de la filosofía agustiniana es la propia
certidumbre de la experiencia interna, que es la que nos indica lo que es
verdadero y lo que es falso. En este terreno, se muestra platónico, como lo
demuestra su célebre sentencia: -Noli foras ire, in te ipsum redde, in
interiore hominis habitat veritas.
Otro de los conceptos básicos del pensamiento agustiniano
es el de que la esencia del hombre radica en la voluntad. Inclusive la
actividad de los sentidos, que se proyecta al exterior, es una impulsión
anímica (intentiones animae). La fe religiosa, según San Agustín, reposa
también en un acto de voluntad.
En las obras de San Agustín, el concepto de libre
albedrío se limita cada vez más, cediendo el paso al de la predestinación:
corresponde a Dios "elegir a los
que quiere". Aquí, su pensamiento abandona el campo especulativo propio de
la filosofía racional y se adentra en el de la teología.
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