domingo, 14 de septiembre de 2014

Marco Aurelio

MARCO AURELIO:

(Marcus Annius Verus; Roma, 121-Viena, 181) Emperador y filósofo romano. Perteneciente a una gens española de Roma, ya de niño llamó la atención del emperador Adriano, quien quedó admirado por su ingenua franqueza y su inteligencia, y ordenó a Antonino Pío que lo adoptara (138), quedándole destinado el imperio.
Estudió retórica griega y latina con Herodes Ático y Marco Cornelio Frontón, el cual desde entonces habría de ser su amigo y consejero espiritual. Seducido por el estoicismo, vistió muy pronto el manto de filósofo (133). César en 139 y cónsul en 140 y 145, este último año casó con su prima Faustina la Joven, hija de Antonino Pío.
Los veintitrés años que duró el reinado de Antonino Pío se cuentan entre los más prósperos del imperio, pero cuando, tras su muerte (161), Marco Aurelio fue nombrado emperador, se abrió un período enormemente conflictivo para el imperio, que se vio sacudido por los ataques de los bárbaros, revueltas populares y varias epidemias. A la serie ininterrumpida de guerras y calamidades que tuvo que soportar, el emperador opuso su serenidad y su fuerza moral.
En su relación con los cristianos, adoptó la misma actitud que Trajano, que evitaba la persecución pero reprimía las manifestaciones públicas de su fe y castigaba a los fieles que, tras ser denunciados, se negaban a celebrar el culto de la religión ancestral. Sin embargo, esa actitud obedecía menos a una voluntad erradicadora que a la opinión extremadamente severa que le merecían su proselitismo y sus prácticas rituales. De hecho, los cristianos nunca lo incluyeron en su lista de perseguidores.
Como emperador, a pesar de su temperamento pacífico y su preocupación por la economía, se vio obligado a concertar empréstitos forzosos y a desprenderse de parte del patrimonio imperial ante la urgente necesidad de constituir un ejército de esclavos, gladiadores, extranjeros y fugitivos, con el que hacer frente a la presión de los bárbaros; así, rechazó a los germanos hasta más allá del Danubio en el 168, venció a los partos y les arrebató parte de Mesopotamia (161) y sometió a marcomanos (172), cuadros (174) y sármatas (175).
Tras la paz general de 175 y la ocupación de una franja de seguridad al norte del Danubio, admitió en el imperio, por primera vez, a bárbaros como colonos y soldados. Sin embargo, una revuelta en el norte de Italia determinó que proscribiera por un tiempo esa práctica. Quebrantada la paz por los bárbaros en el 177, Marco Aurelio emprendió una nueva campaña, en el curso de la cual sucumbió a la peste que desde el 166 asolaba el imperio, que pasó a regir su hijo Cómodo.
Su estilo, influido sin duda por los maestros estoicos, carece, sin embargo, de la dureza dogmática de Epícteto, de quien adoptó el elogio de la libertad humana, o del tono docto y académico de Séneca. Por el contrario, sus textos denotan un tono muy personal, ya que parten de una reflexión íntima y crítica, y acusan una tendencia a transformar la doctrina en un constante examen de conciencia.
Su gran legado, los Pensamientos, es el resultado de las meditaciones morales que, ya al final de su vida, fue dejando por escrito, sin seguir un plan estricto o preestablecido. Dividida en doce libros y redactada en griego, la obra se basa en una serie de reflexiones inspiradas por su experiencia cotidiana y deja traslucir la influencia estoica, en particular la de Epicteto.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/marco_aurelio.htm

PENSAMIENTO:

HOMBRE:

Su visión del hombre es pesimista, pues considera que sus pasiones son el factor principal de la corrupción del mundo, por lo que aconseja perseguir tan sólo aquellos fines que dependan de uno mismo. Es ilustrativo el hecho de que se inspirara tanto en un esclavo como había sido Epicteto y que detestara el poder despótico al que él mismo denominó, irónicamente.

MUNDO:

Marco Aurelio inicia su reflexión del mundo como un kósmos dado, como un orden ya escrito... De tal forma que uno es únicamente una parte de la naturaleza del conjunto de la que nos habla de distintas maneras, tales como la clásica metáfora de la abeja y al enjambre, asegurando que nada que dañe al enjambre puede suponer un daño para la abeja. De esta forma, la supeditación del ciudadano a la ciudad (y su condición de ciudadanía) es total y al igual que la abeja, el ciudadano no recibe daño alguno, si la ciudad no es dañada, porque “armoniza conmigo todo lo que para ti es armonioso, ¡oh, mundo!

ETICA:
La libertad existe pues a condición de que se entienda que únicamente se logra en ese espacio que hay en ‘nosotros mismos’, aquello que se mantiene siempre en su ‘puesto’ y que por ello, goza de la alegría de llegar a ser quien es. Por ello hay que dejar de tener apego a las cosas:
“No es meritorio transpirar como las plantas, [...] ni ser movido como una marioneta por los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni alimentarse; pues eso es semejante a la evacuación de las sobras de la comida. [...] ¿Y no cesarás de estimar muchas cosas? Entonces ni serás libre, ni te bastarás a ti mismo, ni estarás exento de pasiones.”
Puesto que el solo deseo de las cosas exteriores nos incapacita para mantenernos ajenos al movimiento autárquico que debería gobernar todos nuestros actos.
Sin embargo esa autarquía conlleva la responsabilidad de saberse responsable de todo lo que acontece en tu interior, puesto que esa libertad, lo que en el fondo debe hacerte es proporcionarte una tranquilidad absoluta (ataraxía) y una soberana indiferencia (adiaforía). Por ello no cabe, como ya se ha indicado arriba, la congratulación sobre las cosas que suceden, así como la estima del triunfo, del alabamiento, etc.; sin embargo, igualmente cualquier sufrimiento no es causa de la ‘providencia’ o el ‘azar’, sino que es “el juicio que haces de ella. Y borrar este juicio de ti depende.”
La labor más importante de cara a enunciar tu libertad, es justamente no permitir que entren en ti “segundas impresiones”, sino quedarse apenas con las que se presenten ante ti y no emitir juicio alguno que pueda poner tu autarquía en peligro.

Sin embargo, la ‘libertad’ no opera como una página en blanco en la que se puede actuar libremente a condición de no superar aquello que no depende de nuestro albedrío. No existe el puro límite negativo de la ‘imposición divina’, sino que aún existe otro gran valor positivo que da a la libertad la esencia de sí misma.

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