MARCO AURELIO:
(Marcus Annius Verus;
Roma, 121-Viena, 181) Emperador y filósofo romano. Perteneciente a una gens
española de Roma, ya de niño llamó la atención del emperador Adriano, quien quedó admirado por
su ingenua franqueza y su inteligencia, y ordenó a Antonino Pío que lo adoptara
(138), quedándole destinado el imperio.
Estudió retórica griega y latina con Herodes Ático y Marco
Cornelio Frontón, el cual desde entonces habría de ser su amigo y consejero
espiritual. Seducido por el estoicismo, vistió muy pronto el manto de filósofo
(133). César en 139 y cónsul en 140 y 145, este último año casó con su prima
Faustina la Joven, hija de Antonino Pío.
Los veintitrés años que
duró el reinado de Antonino Pío se cuentan entre los más prósperos del imperio,
pero cuando, tras su muerte (161), Marco Aurelio fue nombrado emperador, se
abrió un período enormemente conflictivo para el imperio, que se vio sacudido
por los ataques de los bárbaros, revueltas populares y varias epidemias. A la
serie ininterrumpida de guerras y calamidades que tuvo que soportar, el
emperador opuso su serenidad y su fuerza moral.
En su relación con los
cristianos, adoptó la misma actitud que Trajano, que evitaba la
persecución pero reprimía las manifestaciones públicas de su fe y castigaba a
los fieles que, tras ser denunciados, se negaban a celebrar el culto de la
religión ancestral. Sin embargo, esa actitud obedecía menos a una voluntad
erradicadora que a la opinión extremadamente severa que le merecían su
proselitismo y sus prácticas rituales. De hecho, los cristianos nunca lo
incluyeron en su lista de perseguidores.
Como emperador, a pesar de
su temperamento pacífico y su preocupación por la economía, se vio obligado a
concertar empréstitos forzosos y a desprenderse de parte del patrimonio
imperial ante la urgente necesidad de constituir un ejército de esclavos,
gladiadores, extranjeros y fugitivos, con el que hacer frente a la presión de
los bárbaros; así, rechazó a los germanos hasta más allá del Danubio en el 168,
venció a los partos y les arrebató parte de Mesopotamia (161) y sometió a
marcomanos (172), cuadros (174) y sármatas (175).
Tras la paz general de 175
y la ocupación de una franja de seguridad al norte del Danubio, admitió en el
imperio, por primera vez, a bárbaros como colonos y soldados. Sin embargo, una
revuelta en el norte de Italia determinó que proscribiera por un tiempo esa
práctica. Quebrantada la paz por los bárbaros en el 177, Marco Aurelio
emprendió una nueva campaña, en el curso de la cual sucumbió a la peste que
desde el 166 asolaba el imperio, que pasó a regir su hijo Cómodo.
Su estilo, influido sin
duda por los maestros estoicos, carece, sin embargo, de la dureza dogmática de
Epícteto, de quien adoptó el elogio de la libertad humana, o del tono docto y
académico de Séneca. Por el contrario, sus textos denotan un tono muy personal,
ya que parten de una reflexión íntima y crítica, y acusan una tendencia a
transformar la doctrina en un constante examen de conciencia.
Su gran legado, los Pensamientos, es el resultado
de las meditaciones morales que, ya al final de su vida, fue dejando por
escrito, sin seguir un plan estricto o preestablecido. Dividida en doce libros
y redactada en griego, la obra se basa en una serie de reflexiones inspiradas
por su experiencia cotidiana y deja traslucir la influencia estoica, en
particular la de Epicteto.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/marco_aurelio.htm
PENSAMIENTO:
HOMBRE:
Su visión del hombre es pesimista, pues
considera que sus pasiones son el factor principal de la corrupción del mundo,
por lo que aconseja perseguir tan sólo aquellos fines que dependan de uno
mismo. Es ilustrativo el hecho de que se inspirara tanto en un esclavo como
había sido Epicteto y que detestara el poder despótico al que él mismo
denominó, irónicamente.
MUNDO:
Marco Aurelio inicia su reflexión del mundo
como un kósmos dado, como un orden ya escrito...
De tal forma que uno es únicamente una parte de la naturaleza del conjunto de
la que nos habla de distintas maneras, tales como la clásica metáfora de la
abeja y al enjambre, asegurando que nada que dañe al enjambre puede suponer un
daño para la abeja. De esta forma, la supeditación del ciudadano a la ciudad (y
su condición de ciudadanía) es total y al igual que la abeja, el ciudadano no
recibe daño alguno, si la ciudad no es dañada, porque “armoniza conmigo todo lo
que para ti es armonioso, ¡oh, mundo!
ETICA:
La libertad existe pues a condición de que se entienda que
únicamente se logra en ese espacio que hay en ‘nosotros mismos’, aquello que se
mantiene siempre en su ‘puesto’ y que por ello, goza de la alegría de llegar a
ser quien es. Por ello hay que dejar de tener apego a las cosas:
“No es meritorio transpirar como las plantas, [...] ni ser movido
como una marioneta por los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni alimentarse;
pues eso es semejante a la evacuación de las sobras de la comida. [...] ¿Y no
cesarás de estimar muchas cosas? Entonces ni serás libre, ni te bastarás a ti
mismo, ni estarás exento de pasiones.”
Puesto que el solo deseo de las cosas exteriores nos incapacita
para mantenernos ajenos al movimiento autárquico que debería gobernar todos
nuestros actos.
Sin embargo esa autarquía conlleva la responsabilidad de saberse
responsable de todo lo que acontece en tu interior, puesto que esa libertad, lo
que en el fondo debe hacerte es proporcionarte una tranquilidad absoluta (ataraxía)
y una soberana indiferencia (adiaforía). Por ello no cabe, como ya se ha
indicado arriba, la congratulación sobre las cosas que suceden, así como la
estima del triunfo, del alabamiento, etc.; sin embargo, igualmente cualquier
sufrimiento no es causa de la ‘providencia’ o el ‘azar’, sino que es “el juicio
que haces de ella. Y borrar este juicio de ti depende.”
La labor más importante de cara a enunciar tu libertad, es
justamente no permitir que entren en ti “segundas impresiones”, sino quedarse
apenas con las que se presenten ante ti y no emitir juicio alguno que pueda
poner tu autarquía en peligro.
Sin embargo, la ‘libertad’ no opera como una página en blanco en
la que se puede actuar libremente a condición de no superar aquello que no
depende de nuestro albedrío. No existe el puro límite negativo de la ‘imposición
divina’, sino que aún existe otro gran valor positivo que da a la libertad la
esencia de sí misma.
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